13 sept 2010

Una oscuridad inesperada



Cayó la negra noche como pedazos de sueños, que siendo desplazados por la mesura y el orden, entonaron la fúnebre canción junto con el firmamento que esbozaba un tétrico escenario de penumbra y dolor. Mis pensamientos se cubrieron del manto de sombras que trajo consigo la noche y la tristeza no se hizo esperar. Los murmullos de recuerdos de un pasado oscuro hicieron temblar todos los recintos de mi patético ser ocasionando una lluvia que arrasó con desventura hasta la última de todas mis sonrisas.

Mi rostro palideció durante los instantes de agonía que oprimían mi pecho y no sucedió nada más. Un terrible silencio que enmudeció mis palabras anegó de llanto todos los lugares que en mi mente aparecieron como una antología de perversa faz que sucumbió mis fuerzas en el inesperado sentimiento, mezcla del terror y el odio, que había invadido la habitación de inverosímil manera. Las cuatro paredes oscuras donde me encontraba, encerraron con horror las míseras figuras que tras la oscuridad se escondían, haciendo trozos mi ánimo al mirar brillantes las paredes, el techo y el piso, todo lugar que mi vista alcanzó en ese momento; sin embargo, nunca hallé el origen de esa extraña ilusión que como millares de imágenes de siniestra perversidad marcaron mi alma por el resto de su existencia.

Olas de color inundaron el recinto, cubriéndolo de una magia peculiar y poco usual, que iban transformándose en escenas tétricas cuyo protagonista era la misma muerte. Fue como ver cientos de ocasos de la vida en un sólo instante donde mi corazón retumbaba en mi pecho y en cada silencio parecía detenerse. Dejé de respirar y cerré mis ojos llenos de horror, pero inútil fue el esfuerzo, mi mente había sido corrompida por aquellas imágenes funestas que invitaban a un festín sangriento cubierto por el manto de la desesperación y la tragedia de una noche sin luna. Y sólo podía percibir en mi piel el frío céfiro entrando por la ventana como si una tormenta inminente fuese todo lo que mi petrificado cuerpo pudiera sentir.

Durante minutos que parecieron horas, mi cuerpo falleció en medio de llantos y risas que provenían de ningún lugar, más sin embargo, se encontraban en mi cabeza. La tonalidad verde de los muros resguardaba el secreto de una tragedia sin nombre que en mi mente apareció como el peor de todos mis recuerdos. Sentí fallecer por un instante, encontrándome inmóvil ante aquella situación a pesar de que sólo en mis pensamientos actuaba beligerante en contra de una fuerza siniestra que sólo conoce la misma noche proveniente de aquellos mundos amorfos donde las figuras putrefactas tomaron el odio de mi ser transformándolo en un anfiteatro en el cual fui el personaje principal de una obra escenificada con todas mis pesadillas que por mucho tiempo habían habitado en mi mente viajando sin cesar por el pasillo sin fin de la consciencia y la razón.

Al final de la noche, cuando el alba amenazaba con cubrir de claridad todo el entorno, mi corazón inerme se levantó del ensueño de muerte, siguiendo los pasos cotidianos de un encuentro conmigo misma a través del sendero de locura y tempestad; fue entonces cuando todo cambio. Me levanté de la cama, donde por cientos de noches había encontrado la paz de un sueño inmortal que ahora me invitaba a despertar en medio de terrible agonía y sufrimiento; perennes recuerdos de la escalofriante experiencia se hicieron presentes y sólo pude pensar en la forma de salir de aquél laberinto cuyas paredes estaban construidas con las peores pesadillas jamás imaginadas por alguien de este mundo.

Sintió mi alma desfallecer ante la espantosa silueta que encontré en el suelo, millares de pensamientos bailaron en mi mente al compás de siniestras melodías, como si el mismo infierno hubiera entrado por la puerta, me hubiera abrazado, tocado y después hubiera desaparecido. Ante mis ojos no podía negar lo que estaba mirando era como si un encuentro macabro se hubiera suscitado cuando aquella oscuridad me invitó durante la noche a pasear por los lugares más inhóspitos recorriendo los infinitos laberintos de una mente enferma y perversa cuyos muros eran el reflejo de cientos de ilusiones, y, fue entonces cuando la desesperanza cayó sobre mis hombros como cuando cae la pesadumbre sobre un espíritu cuyas penas son las cadenas que lo atan a una vida sin libertad, esclavizado a una muerte que tiene en sus manos el adiós de un viaje sin retorno. 

Y ahí me hallé junto ese ser sin  rastro de vida  alguna que yacía suavemente sobre un lago de pesadillas olvidadas cuyas aguas turbias eran la sangre que alimentó al peor de todos los miedos, ese que invitó a la muerte a entrar entre susurros y sueños durante lamentos de medianoche bajo la promesa de regresar nuevamente. 




Ethain

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